Hoy pensaba dedicar mi reflexión dominguera a la primera lluvia, al placer de caminar bajo ella en un entorno natural, haciendo deporte, pensaba decir lo afortunado que me sentía por poderlo hacer, apreciando lo simple, dando las gracias por ello, pero al llegar a casa... un nuevo caso de violencia “de género” (pienso que la violencia es violencia y no debe tener género) me hizo cambiar de opinión y sé que hay muchos y muchas guerras cada día, pero el problema es ese, es que normalizamos lo malo como parte de nuestra vida, de nuestro día día, por eso hoy no he querido mirar para otro lado, hoy he querido ser reflexivo sobre el tema del maltrato tras conocer una nueva muerte de una mujer, en este caso en Sevilla, de manos no de un hombre, sino de un asesino.
La historia se vuelve a repetir, una y otra vez, cuanta conciencia hace falta para frenar esta lacra del maltrato… lo mismo actuaríamos diferente, si pensáramos que la próxima puede ser nuestra, madre, nuestra hermana o nuestra hija…
Aunque se consiguen avances, todavía no es suficiente, las nuevas generaciones normalizan episodios de maltrato, de sentirse insuficiente, de no saber decir no como en su día lo normalizaron generaciones pasadas, el no saber dónde acudir, el no tener la formación suficiente por mucho que nos quieran hacer creer que si existe.
Un pequeño gesto de amabilidad lo cambia todo, es cierto, lo he dicho muchas veces, pero en el contexto de un maltratador o un abusador no es así… puede parecer una señal de esperanza, pero solo lo parece, en ciertas relaciones, esos gestos no son lo que parecen, son solo migajas de afecto que enmascaran un ciclo de abuso.
En contexto de maltrato o control, lo que debería ser lo normal —respeto, cuidado, escucha— se convierte en excepción y cuando el agresor no grita, no golpea, no humilla… la víctima lo interpreta como algo positivo, como si hubiera una oportunidad de cambio. Ahí nace la confusión (Síndrome de Estocolmo).
El problema es que esas muestras no significan transformación, sino estrategia. Quien abusa puede usar su historia personal, su “lado blando” o su necesidad de ayuda como excusa para justificar lo injustificable. Pero ninguna infancia difícil ni ninguna disculpa cambia la realidad, la violencia se repite, una y otra vez.
La amabilidad, el cariño y el respeto no se mide en gestos aislados tras el daño, sino en un comportamiento constante y respetuoso. Reconocerlo no es egoísmo, es protección. Porque tu valor no se mide por lo que soportas, sino por lo que decides no permitir.
En las relaciones de abuso, la víctima aprende a caminar con miedo, ajustando cada gesto para evitar la ira del otro. Poco a poco, adopta la mirada del abusador, incluso se aísla de quienes quieren ayudarla y llega a culparse por lo que ocurre.
El control no solo se ejerce con gritos o violencia, también con silencios, culpas y manipulaciones que desgastan la identidad. hay que recordar que nadie merece vivir con miedo y que pedir ayuda no es debilidad, es valentía.
La violencia no debería formar parte de ninguna vida, de ningún hogar, de ninguna historia. No podemos acostumbrarnos, no podemos normalizarla. Cada vez que callamos, cada vez que miramos hacia otro lado, contribuimos a que siga existiendo y no solo en el maltrato.
Hoy, más que nunca, recordemos que el respeto no es un lujo, es la base de cualquier relación y que el amor cuando es amor nunca duele.
No es solo un problema social, es una urgencia humana. DEP.
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